Noveno día de la Novena: Rezar por los vivos y difuntos

Imagen de la Capilla del Santuario María Auxiliadora. Ph: Guillermo Sandoval.

La oración nos permite entrar en contacto íntimo y personal con Dios; brota del corazón solidario y atento a las necesidades de los demás; nos une a todos y nos hace sentir una familia entorno a nuestro Padre celestial. 

Esta Obra de Misericordia pone de relieve la “comunión de los santos”. Se trata de la comunión de los miembros de la Iglesia, tanto de los que peregrinamos aún en la tierra como aquellos que ya gozan de las bienaventuranzas del cielo.

La Iglesia en cada Eucaristía nos invita a la oración por los vivos y los difuntos: “Te damos gracias por que nos haces dignos de servirte en tu presencia; ... Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron con la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia…”.

Cuando oramos por alguien viviente se le sitúa bajo la mirada amorosa y providente de Dios y se invoca para él el don de Dios y su bendición, para que lo sostengan en el camino de la vida (Ef 1,3-14). La oración cristiana de intercesión sitúa toda petición en el contexto más amplio de la invocación central de Cristo en el Padrenuestro cuando pide: “hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el cielo” (Mt 6,10).

Por otro lado, la Escritura habla también de la oración por los muertos basándose en la fe de resurrección, ya que “si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos” (2 Mac 12,41-45). Se trata de una plegaria que tiene presente la Iglesia como “comunión de los santos”, particularmente con aquellos que han muerto, y así expresar la fe de que su vida va más allá de la muerte, haciéndose realidad viva la bella cita bíblica de que el “amor es más fuerte que la muerte” (Cant de los Cant 8,6).

(Extracto de la reflexión del P. Delio Barreiro – Revista mes de María)