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Salesianos de Don Bosco. Paraguay

Tercer día de la Novena: Visitar al enfermo y al preso.



Tercer día de la Novena: Visitar al enfermo y al preso, enterrar a los muertos.

Hoy meditamos sobre los gestos de misericordia que nos acercan a la experiencia del dolor en la existencia humana.

Visitar a los enfermos

Cuando el dolor o la enfermedad golpean nuestra puerta nos sentimos desconcertados. Si bien una simple visita no pueda curar al enfermo de su dolencia ni calme su dolor, le devuelve la certeza de que en ese sufrimiento no está sola. La sola presencia comunica a la persona enferma que en esa experiencia de fragilidad cuenta con nuestra ayuda, con nuestro apoyo, con nuestra oración. El gesto de la visita manifiesta que Dios no nos salva del dolor, sino a través del dolor, como afirma el profeta Isaías, “por sus llagas hemos sido curados” (Is 53, 5).

Jesús deja en claro que la enfermedad no es un castigo divino, más bien una ocasión para que Dios manifieste su misericordia sobre la persona enferma, sobre su familia y sobre quienes se hace "prójimo" del enfermo. Traemos a la memoria el testimonio del samaritano que se compadece, hasta el punto de “conmoverse las entrañas”, haciéndose cargo del que sufre, incluso, hasta su recuperación total: “Lo que gastes de más te lo pagaré a mi regreso” (Lc 10, 35)

Visitar a los presos

Jesús proclama su misión haciendo suya las palabras del profeta Isaías: "el Espíritu del Señor... me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos”. Durante mucho tiempo esta práctica ha sido una costumbre de los cristianos, dando pie, inclusive, a la fundación de congregaciones, como por ejemplo, la de los Mercedarios. También tenemos el ejemplo más cercano de San Maximiliano María Kolbe quien ofreció voluntariamente su vida para que un padre pudiese seguir viviendo y cuidando de su familia.

Hoy, ¿tiene sentido visitar a los presos? 

Claro que sí! Porque este gesto de misericordia les recuerda a los presos que ellos están privados de su libertad, pero mantienen intacta su dignidad de hijos amados y queridos por Dios; Que Dios no los identifica con el delito. Visitar a los presos nos hace creer en la bondad de la persona y confiar que nuestra cercanía puede restablecerlo y reinsertarlo en la sociedad.

Enterrar a los muertos

Desde la antigüedad vemos que la preocupación por enterrar a los muertos es una costumbre muy arraigada en el ser humano. Con esto, podemos entrever que existe una conexión directa con la creencia en la vida más allá de la muerte.

En el pueblo de Israel, no ser sepultado era considerado una maldición, una horrible desgracia. Es por eso que el israelita ponía mucha atención en preparar la sepultura. Era el deber por excelencia de los hijos para con sus padres (Gn 25, 8). En tiempos de guerra era considerado un deber de piedad que correspondía al ejército (1 Re 11, 15).

En el cristianismo primitivo, fundamentado en la resurrección de Jesucristo, tiene la costumbre de sepultar a los muertos en las catacumbas o cementerios (dormitorio). En nuestra tradición cristiana, el cuerpo del difunto es honrado con ritos que nos recuerdan que por el bautismo fuimos consagrados como templos del Espíritu Santo, por eso lo rociamos con agua bendita, lo incensamos, ponemos el cirio pascual. Toda una simbología del Misterio Pascual. 

Como obra de misericordia, nos hace crecer como cristianos, pues nos abrimos al horizonte de la esperanza de la resurrección, y en nuestro silencioso acompañamiento, nos hacemos cargo del dolor de la familia ante la pérdida de la persona amada, que ya participa plenamente del Misterio Pascual.

(cf. Revista mes de María – extracto de la reflexión del P. Francisco Miranda)





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