Quinto día de la Novena a Don Bosco
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Quinto
Como era una tarde en la vida de San Juan Bosco en 1877
¡Las dos de la tarde! La campana interrumpe la charla paterna y los jóvenes vuelven a su estudio o taller. Para Don Bosco es tiempo sagrado. Durante más de una hora no estará para nadie. Está rezando. En la casa todos los saben, y todos respetan ese apartamiento de un corazón que tiene tantas obras que encomendar a Dios, tantas almas de amigos y bienhechores por quienes rogar, tantas luces y fuerzas que implorar para poder seguir adelante con su apostolado, ¡tantas acciones de gracias que rendir al buen Dios!.
Pasadas las tres de la tarde. Sale de su habitación para irse lejos. Allí nadie lo dejará en paz por un largo rato. Y tiene varios centenares de cartas que contestar. Con un voluminoso paquete de cartas, papel y sobres, sale para casa de algún amigo, donde nadie pueda hallarlo. Allá le tienen todo preparado: Una pieza alejada donde nadie vaya a molestar. Mesa, tinta, etc. Y por varias horas estará allí contestando cartas, porque jamás deja una misiva, aún la más humilde, sin darle una amable contestación. Varias tardes sale a buscar ayuda para sus niños pobres.
A veces, al salir por la tarde de su Oratorio, va tan rendido, tan lleno de sueño, que ni sabe a donde se dirige. Se acostó muy tarde, se levantó muy de madrugada, ha trabajado mucho. Su organismo no resiste más. Entra a la humilde piecita de un zapatero y pide que lo deje sentarse en un pobre taburete a descansar. Y allí se queda dormido. Otras veces entra a una tienda solitaria y pide permiso para sentarse en un rincón y queda profundamente adormecido. La gente pasa y exclama: “Miren ese es el famoso Don Bosco“. Hay días en que duerme más de dos horas. Al despertarse llama la atención al zapatero o al dueño de la tienda: “¿Por qué no me han despertado antes?” “Ah, Padre, parecía Usted tan cansado que era un pecado despertarlo“.
Las horas siguientes las empleará escribiendo o yendo a buscar ayuda para sus obras. Las cartas que escribe en aquellas tardes son siempre salpicadas de cariño y de palabras provechosas para el alma. Jamás una palabra dura. Jamás una crítica a nadie. La más exquisita gentileza con todos. Parece un hombre de la más alta clase diplomática. Este pobrecito pastor de vacas, que a los 15 años todavía no había ido al colegio por ser tan pobre, ahora se cartea con las personas más importantes del país y muchas del exterior, y sus cartas son modelo de cultura, de bondad y de celo por el bien de las almas.
Las seis de la tarde: Los médicos le han dicho que no escriba después de esa hora por que sus ojos le arden mucho. Ordena sus papeles y vuelve a casa. Por el camino pasa por frente de la Iglesia de María Consoladora. Ah, esa Iglesia, si que le trae recuerdos afectuosos. Allí fue a llorar cuando murió Mamá Margarita, y declaró a la Virgen Santísima que Ella tenía que ser en adelante su Madre Amantísima. ¡Allí a entrado tantas veces a rezar, y nunca sus oraciones han dejado de ser escuchadas! Se arrodilla frente la imagen de María Consoladora y casi solo, en medio del vasto silencio del templo se entrega a una filial plegaria. Unos pasos más y ya está en casa.
Allí lo están esperando sus salesianos. Ellos saben que esos primeros minutos de la noche los dedica a dar dirección espiritual a sus religiosos que tanto ama, y ahí están junto a su habitación aguardando para darle cuenta de sus problemas de conciencia y recibir sus consejos que aceptan como venidos de un mensajero de Dios. Aquella es una ocasión formidable para infundir su espíritu en los que habrán de continuar su obra, y emocionarlos para esta labor dificilísima de educar a la juventud pobre. En estos coloquios con sus salesianos les va enseñando todos los secretos para lograr hacer el mayor bien posible a la juventud, al mismo tiempo que se les presenta una imagen agradable y simpática de la religión católica y de sus sacerdotes.
Las ocho. La cena en familia. Don Bosco llega puntualmente. Bendice la mesa y preside la comida. Un rato de lectura de los evangelios y de algún otro libro instructivo y agradable, y luego charla general. Hay en la casa de Don Bosco una alegría que parece explotar. –”Denle una alegría más a Nuestro Señor– les pide continuamente – denle una alegría al buen Dios estando siempre alegres y contentos“. – Y él mismo da el ejemplo. Nunca nadie lo ha visto triste, ni con el rostro de mal humor.
Van saliendo los salesianos y muchos alumnos, al patio a jugar. Pero un numeroso grupo se acerca a la mesa de Don Bosco. Lo rodean como hijos cariñosos. Para ellos este santo sacerdote es todo, después de Dios. ¡Cómo lo observan! ¡Cómo lo escuchan! ¡Hacia él no hay ningún temor!. ¡Para Don Bosco todo es cariño y simpatía!. Aquel último rato de la jornada lo pasan felices oyéndole charlas amenas y provechosas, y también contándole cada uno con toda confianza, como a un buen papá, lo que el corazón le aconseja. ¡Son ratos inolvidables!. Para toda sus vidas recordarán aquellos jóvenes los recreos pasados junto al más simpático santo moderno.
¡Las nueve! La campana pone fin al recreo. Súbitamente callan las conversaciones y los jóvenes se van a un extremo del patio a rezar las oraciones de la noche. Don Bosco se halla en medio de estos, más devoto que todos los demás. Su voz de tenor se eleva un tanto sobre el conjunto cuando rezan ciertas oraciones, especialmente el Padrenuestro, que es su oración preferida. Terminada la plegaria, lo ayudan a subirse a una tosca silla. Al verlo aparecer, sonriente, por encima de las cabezas de los ochocientos alumnos, todas las frentes se levantan, todos los ojos brillan de emoción. Luego un religioso silencio. Don Bosco va a hablar. Todos se fijan en él, y lo escuchan con perfecto recogimiento. Ese discursito de cada noche lo llama él “las buenas noches” y le ha producido maravillosos resultados durante docenas de años. Unas noches cuenta alguno de sus famosos sueños. Otras narra un hecho importante sucedido en estos días, para sacar alguna enseñanza. Algunas veces anuncia muertes que van a suceder dentro de muy poco, etc., etc.
Esta noche quiere hablar de lo que todo vieron hoy en el paseo: “Esta tarde pasamos por los campos donde están cosechando el trigo. ¿Vimos con qué alegría los campesinos recogen las gavillas de espigas llenas de granos? ¿Quieren saber que tanto recoge cada uno? Pues eso depende de lo que haya cultivado. El que cultivó poco recoge poco, y el que cultivó mucho recoge mucho. Así será en nuestra vida. ¿Quieren saber que tantos éxitos van a tener cada uno? Eso depende del esfuerzo que cada uno hace ahora por prepararse.
El que estudia y se prepara mucho, tendrá muchos éxitos, pero el que no se prepara tendrá pocos triunfos. “Buenas noches”, contesta el inmenso coro de ochocientas voces, y todos se van a sus dormitorios a descansar. Algunos vienen a despedirse personalmente del santo y a besarle la mano, señal de cariño y muy frecuente hacia los sacerdotes en Italia, y él aprovecha para dar los últimos consejos del día. Luego vienen los superiores de la casa a contarle cómo anda todo y a pedirle consejos y órdenes, y a recibir palabras de aliento que tanto necesita para esa labor tan difícil de educar niños pobres.
Son las once. El último de los salesianos se ha ido. La jornada parece terminar. Él goza plenamente a la vista de tan espléndida tarea que el Señor le ha encomendado. Si sus ojos lo permiten escribe una media hora, muchas veces al sonar la campana para levantarse está todavía escribiendo. Gustan tanto a la gente los libros que Don Bosco escribe, y ¡hacen tanto bien a las almas!.
Las once y media: Abre la puerta que da al balcón y levanta sus ojos hacia la cúpula del Templo de María Auxiliadora. Su mirada descubre allí la estatua de la Virgen Santísima, que él tanto ama. Hacia Ella se eleva el último suspiro de su fatigado corazón al terminar la jornada: “Madre querida, Virgen María: haced que yo salve el alma mía“. Eso dicen sus alumnos por consejo suyo antes de ir a descansar, y eso lo repite él mismo con fervor de santo.
Ahora a descansar. ¿Pero podrá descansar? Quizá en esta noche el cielo tenga algún importante mensaje por medio de uno de sus misteriosos sueños. De todos modos, mañana a las 4:30 ya estará en pie otra vez el gran Don Bosco, para empezar una nueva jornada por ¡el Reino de Cristo! “Descansaremos en el Paraíso”, repetía alegremente.
Ejemplo: Aplaude en honor de la Madre de Dios.
El 16 de abril de 1886 le presentaron a Don Bosco un muchacho que por un accidente había quedado con un brazo estropeado y paralítico desde hacía siete años. Don Bosco le dijo: “Levanta el brazo y aplaude en honor de la Madre de Dios”. El joven obedeció; el brazo estaba curado.
Poco después le presentaron un joven con una grave infección a las narices. Las medicinas no le hacían efecto. No podía ni siquiera asistir ya al colegio.
Se llamaba Antonio Colt. Don Bosco me sonrió -dice él mismo- me bendijo y nos recomendó empezar la novena a María Auxiliadora. A los nueve días estaba totalmente curado.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Padrenuestro
Avemaría
Quinto día de la Novena a Don Bosco
Reviewed by Salesianos Paraguay
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20:29:00
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