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Salesianos de Don Bosco. Paraguay

Séptimo día de la Novena a Don Bosco




Oración Inicial

Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.

Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…

[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]

Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.

Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Súplica a María Auxiliadora

Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.

Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.

Día Séptimo

Las mortificaciones de Don Bosco

Don Bosco tomó como modelo, la vida mortificada, tanto externa como interna, del Divino Salvador, crucificando sus pasiones y sus naturales inclinaciones.

A sus alumnos recomendaba la mortificación; recordándoles que quien quiere gozar con Cristo en el cielo es necesario que sufra con él en la tierra.

Insistía especialmente en que fueran mortificados en el comer, en beber, el charlar y el dormir, diciendo que el demonio, a quienes más pecados hace cometer es a los que no hacen sacrificios.

Insistía en que se comiera con calma, sin apuros y sin excesos, recordando que la primera digestión se hace en la boca. Andaba repitiendo la frase bíblica: “El trago trae impureza”.

Solía decir: “presentenme una persona que sabe mortificarse en la comida, en la bebida, en el charlar y en el dormir, y la verán virtuosa, cumplidora de su deber, y dispuesta a hacer el bien. Presentadme alguien que come todo lo que quiere, sin hacer sacrificio ninguno, que bebe todo lo que desea, sin mortificarse en nada, que charla y charla, y que duerme hasta que se aburre, y pronto lo verán lleno de todos los vicios. Cuántas personas se perdieron por no haber hecho sacrificios. Por eso decía San Vicente: ‘Muchas personas empiezan a trabajar por ser santas y pocas lo consiguen, porque la mayoría no sabe sacrificarse en nada. Si yo tengo un pie en el cielo, y dejo de mortificarme, todavía puedo condenarme'”.

Las palabras de Don Bosco acerca de la mortificación eran muy eficaces porque sus discípulos veían en él un modelo de mortificación en todo.

Quizá no usaba cilicio ni se daba azotes, ni tampoco ayunaba a pan y agua tres días seguidos, pero su mortificación era tan continua que se puede decir que llevaba una vida como la del más rígido ermitaño y que a cada hora portaba su cruz: fatigas, afanes, incomprensiones, dolores, etc.

Al Padre Rúa le dijo un día que desde los 26 hasta los 50 años jamás durmió más de cinco horas cada noche, y que cada semana pasaba una noche entera en vela en su escritorio. Hasta 1866 se veía la luz siempre en su pieza hasta las 11 y media de la noche, y otra vez a las 4:30 de la madrugada (A veces ya a las 3).

El que arreglaba su pieza, muchas veces encontraba la cama sin destender por la mañana y lamentándose con Don Bosco éste respondía: “Es que había tanto que hacer, que no hubo tiempo para dormir”.

Ni siquiera en el invierno más frío se quedaba en la cama hasta las 6 de la mañana.

Muchísimas veces en el crudo invierno no trabajaba en su escritorio, sin fuego, sin calentador, y parecía que la pluma fuera a caérsele de entre los dedos, de tanto frío, pero jamás se quejó del clima.

Su desayuno era un poco de café mezclado con achicoria, bebida que ciertamente no les gustaba a los demás. El pan era del común, y en cantidad tan pequeña que no quebrantaba el ayuno. Cada sábado ayunaba en honor a la Santísima Virgen.

Los primeros años de su sacerdocio la comida se hacía el domingo y duraba hasta el jueves. Cada día se recalentaba y así se servía.

Era admirable su total indiferencia por las comidas. A veces tomaba él primero la sopa. Después venía otro y al probarla la dejaba por su sabor repugnante. Y él nada había dicho. Otras veces llevaban huevos o frutas ya empezando a descomponerse, y comía sin manifestar ninguna contrariedad. Su resolución era no decir jamás: “esto me gusta” o “esto no me gusta”.

A veces la sopa estaba muy sabrosa, y él le echada un poco de agua, con la excusa de que estaba muy caliente. Comía tan parcamente que nos admirábamos que pudiera con eso mantenerse en pié. Su alimento era el estrictamente necesario para mantenerse en vida. A veces se acababa la comida y llegaba un comensal antes de que él hubiera empezado a comer. Entonces le pasaba el plato y con tal gentileza insistía, que el otro tenía que aceptar, y así se quedaba sin comida.

Al vino le mezclaba siempre buena cantidad de agua.

Pero algunos murmuraban que Don Bosco comía bien. Un día en una reunión de sacerdotes alguien dijo que Don Bosco comía como los ricos. Los demás sacerdotes lo comisionaron para que fuera personalmente a averiguar. Llegó poco antes de mediodía.

-Don Bosco: quiero que me invite a almorzar

-Muy bien, avisaré entonces a mi Madre para que prepare algo especial.

-No, no. Yo quiero comer lo que usted come.

Llegaron al comedor. Mamá Margarita se quejó de que no le hubieran avisado para prepararle algo mejor. Pasan la sopa. Don Bosco arremete con buen apetito. El padre Stellardi (que es el visitante) la prueba, hace un gesto, y no puede pasarla. Dice: “Veamos el plato de principio”. Lo pasaron. Estaba cocinado con aceite de cuarta clase. Lo olió y no se arriesgó a comerlo. Charló un rato y luego se fue a almorzar a casa de sus amigos. Pero desde aquel día nunac más pensó que Don Bosco comía como los ricos.

Casi nunca comía carne y si comía eran porciones pequeñísimas. Un día se atrevío a decir: “Me abstengo de comer carne porque temo la rebelión de la concupiscencia. Quizá otros no sean tan sensibles como yo y no necesiten tanto de esta precaución”.

Jamás tomaba bebida fuera de las horas de comida. En las interminables audiencias, cuando el cansancio y la sed, por el gran calor, lo tenían agobiado, no tomaba nada. En los grandes calores le ofrecían limonada con hielo, y graciosamente la rechazaba.

Y en su pieza no tenía nunca nada de comer o de beber. Si algo le obsequiaban lo daba inmediatamente al ecónomo para las necesidades de la casa o de los pobres, y era muy severo con quienes querían guardar en sus habitaciones bebidas o comidas. Decía que el tener a la mano estas cosas era una tentación para comer o beber fuera de hora y faltar a la mortificación.

Decía: “Estómago lleno, no sirve para tener mente despejada”.

Jamás tomó merienda en medio del almuerzo que era a la una de la tarde y la cena que era a las 8 de la noche.

Jamás hablaba de comidas o bebidas, y con su ejemplo y su palabra llevaba a los demás a evitar estos temas.

Es famoso el hecho que le sucedió en una parroquia campesina cuando estuvo confesando desde la una de la tarde hasta las once de la noche sin comer nada, y un poco antes de la media noche pasó a la cocina de la casa cural para ver si le habían dejado algo de comer. Encontró en una ollita una especie de sopa espesa y sin saber. Le echó sal y se la comió. Y al día siguiente la sirvienta estaba disgustadísima porque se le había desaparecido el engrudo que tenía preparado, y averiguando, se supo que esa había sido la cena de Don Bosco. Es que tenía su gusto tan mortificado que ya casi había perdido el estímulo por los sabores.

Era bien difícil que él recordara que platos habían dado en el almuerzo. Para él todos eran iguales.

A veces se le olvidaba comer. Días hubo en que llegó a casa a las 2 de la tarde y pasó directamente a su escritorio. Al anochecer empieza a sentir que la pluma se le cae de la mano, y la cabeza le da vueltas.

-¿Qué será? estoy débil, me siento mal

-¿Y dónde almorzaste hoy?- pregunta Mamá Margarita

-Pues en casa, ¿porqué? ¿en qué otra parte?

-No señor, acá no almorzaste. Te esperé con el almuerzo en el fogón hasta casi las dos, y entonces lo retiré.

-Ah, ha -contestaba riendo- ahí está la causa de mis desmayos- y se iba a comer algo en la cocina.

El Padre Reviglio llegó un día a las 5 de la tarde y lo encontró almorzando, y un almuerzo tan malo que le provocaba llorar.

Ejemplo: Segundo milagro de Don Bosco para su beatificación.

La hermana Provina Negro, salesiana, tenía Úlcera Incurable al estómago, no podía pasar nada y cualquier movimiento le producía terribles dolores. Rezando hizo una bolita con una estampa de Don Bosco y como pudo la hizo pasar por la garganta y se la comío. Sintió enseguida un gran alivio.

Gritó: “Estoy curada”. Se levantó y echó a andar. No volvió a sentir ninguna molestia por la úlcera y pudo desde ese momento comer de todo. Ningún médico se explicó como pudo ser eso.

Oración Final

¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.

Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.

Padrenuestro

Avemaría






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