Carlo Acutis y Domingo Savio: la santidad juvenil no pasa de moda
De la página salesianos.info | Autor: Manuel Serrano
Vida de piedad precoz
Pese a que la fe no se vivía con intensidad en su familia, Carlo demostró pronto su gusto por rezar en las iglesias. Su madre tuvo que apuntarse a clases de teología para poder contestar a las cuestiones que planteaba el niño. También Domingo Savio tenía una inquietud espiritual desde pequeño, cuando ayudaba en misa como monaguillo.
Vivencia eucarística
Ambos muchachos recibieron la primera comunión cuando tenían 7 años. Desde entonces, tuvieron una profunda vivencia eucarística. “Estar siempre unido a Jesús, ese es mi proyecto de vida”, afirmaba Carlo. El joven acudía diariamente a misa y encontraba en la Eucaristía una “autopista hacia el Cielo”. Domingo Savio también siguió este camino desde la primera vez que recibió a Jesús Sacramentado: “Me confesaré a menudo, y comulgaré tan frecuentemente como mi confesor lo permita. Mis amigos serán Jesús y María”, expresó entre los deseos tras su primera comunión.
Devoción mariana
Carlo rezaba diariamente el rosario. Tenía devoción por la Virgen María, especialmente en sus advocaciones de Lourdes y Fátima. Domingo, por su parte, fue promotor de la devoción a la Inmaculada Concepción hasta el punto de fundar la Compañía de la Inmaculada dos años después de la declaración de este dogma mariano por parte del Papa Pío IX.
Imitación de los santos
De Carlo se dice que mostraba interés por la vida de santos como Francisco de Asís, Antonio de Padua, los tres pastores de la Virgen de Fátima y el propio Domingo Savio. De los referentes para el joven piamontés se sabe poco, pero lo cierto es que tuvo como maestro a un santo en vida: Don Bosco.
Caridad y buen hacer en lo pequeño
La expresión del amor de Dios era habitual en las vidas de Carlo y Domingo. El primero pasaba tiempo con ancianos, enfermos y, sobre todo, personas sin hogar. Muchas de ellas se hicieron presentes en su funeral. Además, era catequista. Domingo también instruía en la fe a otros muchachos del oratorio e, incluso, a los adultos. Estaba atento a las necesidades de sus compañeros marginados por otros y a aquellos que enfermaban. Ambos eran conscientes de que sus deseos de santidad pasaban por los pequeños detalles, por lo cotidiano. De ambos se dice que eran buenos estudiantes, bondadosos y amables. Además, tenían aficiones propias de su edad.
Alegría cristiana
Dice el Papa Francisco que “el cristiano es un hombre o una mujer alegre”. Carlo y Domingo acogieron la exhortación paulina de la alegría en toda circunstancia. Pero, ¿de dónde nace esa alegría? “La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojo”, manifestaba Carlo. No en vano, Domingo afirmaba que “la santidad consiste en estar siempre alegres”.
Inspiración para los demás
La forma de vivir la fe de ambos jóvenes era contagiosa. Raejsh, un hombre hindú que limpiaba en la casa de Carlo, se convirtió gracias a su ejemplo de sencillez: “Me contagió y cautivó con su profunda fe, caridad y pureza”. Domingo, por su parte, dejó una huella profunda en el alma del mismo Don Bosco: “Puedo decir que en todo este tiempo no tuve en mi escuela un muchacho parecido a Domingo en la amistad con el Señor. Era joven de edad, pero sensato como un adulto. Su dedicación constante al estudio y su cumplida bondad atraían el afecto del maestro y lo hacían amigo de todos”, afirmaba el santo sacerdote.
Emprendedores de la fe
Ambos jóvenes emprendieron diferentes empresas para dar gloria a Dios. Carlo abrió con la ayuda de sus padres una web sobre los milagros eucarísticos en todo el mundo, una de las razones por las que es conocido como el ‘ciberapóstol’ de la Eucaristía. Para promover el apostolado entre sus propios compañeros, Domingo fundó la Compañía de la Inmaculada, con reglamento que fue aprobado por Don Bosco. Es el testimonio de su profunda espiritualidad.
Sentido del sufrimiento
Cuando Carlo ingresó en el hospital por la leucemia que padecía, consciente de que su muerte estaba cerca, expresó: “Ofrezco al Señor los sufrimientos que tendré que padecer por el Papa y por la Iglesia católica, para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al Cielo”. Era el culmen de una lucha espiritual desarrollada durante su breve vida: “De qué sirve ganar 1000 batallas si no puedes vencer tus propias pasiones”, solía decir. También Domingo se forjó en actitudes extraordinarias, a través de sacrificios como comer la mitad de su ración, dormir menos o dedicar más tiempo a rezar.
La muerte como pasarela para la Vida
Para Carlo y Domingo, lo más importante era vivir en amistad permanente con Dios. “Estoy contento de morir porque he vivido mi vida sin malgastar ni un solo minuto de ella en cosas que no le gustan a Dios”, afirmó Carlo. Es el desarrollo de una de las frases más celebres de Domingo Savio: “Antes morir que pecar”. Las últimas palabras del joven oratoriano, según Don Bosco, fueron: “¡Qué maravilla estoy viendo!”. Ambos pasaron a la Vida en torno a los 15 años.