Cuarto día de la Novena a Don Bosco
Oración Inicial
Señor Dios Padre Celestial: Tú que has suscitado en San Juan Bosco un Educador admirable para la juventud, un benefactor eficaz para los pobres y angustiados, y un generoso bienhechor para los que necesitan salud, empleo, facilidades de estudio, tranquilidad espiritual, conversión u otra gracia especial, y que con el Auxilio de la Virgen María le has permitido hacer tantos y tan admirables prodigios a favor de los devotos que la rezan con fe, concédenos imitarlo en su gran interés por salvar almas, y por obtener el mayor bien espiritual y corporal para el prójimo. Que recordemos siempre que el bien que hacemos a los demás, lo recibe tu Hijo Jesús como hecho a Él mismo y que debemos hacer a los otros todo el bien que deseamos que los demás nos hagan a nosotros.
Por la intercesión de tan amable Protector, concédenos las gracias que te pedimos en esta novena…
[En este punto, en silencio, pide los favores que deseas obtener]
Desde ahora aceptamos que se cumpla siempre y en todo tu Santísima Voluntad, pero te suplicamos humildemente que tengas misericordia de nosotros, remedies nuestros males, soluciones nuestras situaciones difíciles y nos concedas aquellos que más necesitamos para nuestra vida espiritual y material.
Todo esto te lo suplicamos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, quien contigo y el Espíritu Santo, vive y reina y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Súplica a María Auxiliadora
Oh María, Virgen Poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia; Admirable Auxiliadora de los Cristianos; Terrible contra los enemigos del alma como un ejército en orden de batalla. Tú que has triunfado de las herejías y de los errores del mundo, consuélanos en nuestras angustias.
Fortalécenos en nuestras luchas. Asístenos en los momentos difíciles. Protégenos contra los adversarios de la salvación y a la hora de la muerte llévanos al gozo eterno del Paraíso. Amén.
Día Cuarto
Como era una mañana en la vida de San Juan Bosco en 1877
A las cuatro y media de la mañana, una ventana se ilumina en el segundo piso, mientras el resto del lugar permanece a oscuras. Juan Bosco ya se encuentra despierto. Desde el año que se ordenó de sacerdote, hizo este propósito: “solamente descansaré cinco horas cada noche”. Y lo ha cumplido exactamente.
Gracias a la brevedad de su sueño y a su inmensa capacidad de trabajo, ha trabajado más de dieciséis horas cada día para el Reino de Dios. Ha escrito más de cien obras y ha llenado el mundo con obras buenas a favor de los pobres. Él sabe que nadie ha llegado al éxito trabajando sólo ocho horas diarias. Él trabaja las ocho horas pero multiplicándolas por dos y añadiendo otras dos o más. Y así lleva casi medio siglo desgastándose por Cristo y por la Iglesia.
Son las cinco. Don Bosco reza. Desde hace varios años el Papa lo dispensó del breviario porque ha perdido ya un ojo y el otro le arde mucho. El Pontífice le ha dicho: “Únete de alguna otra manera a la Iglesia orante”. Y eso es lo que hace: arrodillado, con las manos juntas, los ojos cerrados, inmóvil, entregado a Dios. Le da gracias. Pide perdón para sí y para otros, Y ruega por las necesidades propias y por la de tantas personas que le han pedido un recuerdo en la oración. Está acumulando energías en su lma para verterlas después en las personas que vengan en busca de luz o de consuelo. Durante una hora o más permanece así, entregado al amor de Dios y de su Santísima Madre. La oración mueve a la acción.
Un poco después de las seis ya está en su mesa de trabajo. Traza programas de acción para sus salesianos, redacta nuevos proyectos de obras apostólicas para enviar a la Santa Sede, corrige los borradores de nuevos libros que va a publicar, prepara sermones que tiene que predicar, escribe ideas luminosas…
Las siete y media. Los alumnos se dirigen a la Iglesia. Don Bosco los precede para esperarlos en el confesionario. Ha confesado día tras día durante muchos años. El día de su Primera Misa pidió al Señor que le diera la eficacia de la palabra, y Dios le concedió su petición. Es difícil que alguno de los penitentes permanezcan insensibles ante sus consejos. Un reclinatorio a cada lado.
Don Bosco en el medio, y la frente del penitente sobre los hombros del santo. Cada mañana son unos cincuenta los que se confiesan, excepto en las vísperas de fiestas que son varios centenares. Terminada la confesión de los muchachos, Don Bosco se prepara unos minutos y luego celebra la Santa Misa. La dice con fervor, sin demasiada lentitud pero pronunciando muy bien las palabras y haciendo cuidadosamente las ceremonias. El mundo entero desaparece para él, y sólo le interesa hablar con Dios que desciende al altar en forma de Hostia y de Vino. La gente nota la extraordinaria piedad con la que celebra. A veces llora de emoción.
–¿Quién es ese sacerdote que celebra tan bien la misa? –preguntan las personas que no lo conocen- ¡debe ser un santo!.
Cuando termina su misa ya son cerca de las nueve. Los alumnos están ya en pleno recreo. Tan pronto aparece en el patio corren hacia él. Todos desean el lugar más próximo al Padre. Le besan la mano en señal de cariño y escuchan con gran atención lo que les dice. Lentamente atraviesa el patio. Él va diciendo a cada uno una palabrita cariñosa. Un pedacito de pan, un poco de achicoria, algo que parece café, pero fuera del nombre no tiene casi nada más, y Don Bosco queda preparado para seguir trabajando toda la mañana.
Son las nueve y cuarto. Don Bosco se dirige a su Oficina. Qué cantidad de gente que lo está aguardando para hablar con él.: ahora empieza el suplicio de las audiencias. La prensa habla de sus milagros, de sus visiones, de su especial santidad. Don Bosco sufre mucho estando sentado. Le duelen mucho las piernas y la espalda. Pero a nadie le demuestra que sufre. Día tras día desfila la gente.
Treinta o más personas cada mañana vienen a consultarles sus problemas, a solicitar consejo, a exponerle sus dudas, a pedir un milagro. Una madre que tiene el hogar destruido. Un hombre que no es capaz de dominar sus vicios, un joven que no sabe que carrera seguir, una pobre familia con un enfermo incurable, un desesperado al borde del suicidio, un escrupuloso atormentado por sus dudas, un sacerdote que le pide que vaya a su pueblo a predicar, un acreedor que le viene a recordar que le debe todo lo que los alumnos le han comido por un mes, etc. , etc.
SanJuanBosco (10)“Don Bosco” -Le dicen sus amigos- ¿Por qué no disminuye el número de las audiencias? Usted se está agotando más de lo debido”.
–Pobres– exclama- no puedo decidirme a abreviar sus conversaciones. ¡Llegan de tan lejos! ¡Son tan desdichados! Lo único que podría hacer para que no vinieran más es fingirme loco. Pero eso no sería digno de un sacerdote. El sacerdote está para desgastarse por las almas. ¡Mientras tenga un poquito de energías esa será totalmente para nuestro Señor y para la salvación de las almas!.
Ya va a ser la una de la tarde. Los calambres atacan sus piernas. Su estómago, tan mal desayunado, reclama alimentos, su cabeza ya no da más. Pero no borra por eso la sonrisa de sus labios. Hasta el último de los visitantes es bondadosamente recibido. Llega el comedor. Ya los religiosos han salido a dirigir el recreo de los jóvenes.
El lugar que ocupaban los superiores, alrededor de Don Bosco, lo ocupan ahora un grupo de jovencitos que con cariño filial vienen espontáneamente a hacerle compañía. Ríen con sus chistes, se emocionan con sus historias y de vez en cuando reciben una palabrita especial para el alma. ¡Se les pasan tan rápido los minutos oyendo al buen Padre!. Alcanza luego estar unos minutos en el recreo viendo con alegría cómo juegan de bullangueros sus muchachos en el patio. Él siempre les repite: “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía. El triste o es malo o está malo. Un santo triste es un triste santo“. Quizá en ningún otro colegio del mundo haya tanta alegría como en aquella casa, la primera fundada por el gran educador.
Ejemplo: Vio la Virgen pasearse por la casa
El 22 de agosto de 1886 Don Bosco fue a la casa de las Hermanas de María Auxiliadora en Nizza. Era la última visita que hacía a las religiosas salesianas. Con su voz ya muy débil les dijo que María Auxiliadora se paseaba por aquella casa ayudando y bendiciendo.
El Padre Bonetti les dijo en voz alta a las religiosas: “Don Bosco os dice que María Auxiliadora os ama inmensamente”. Pero Don Bosco corrigió: “Lo que yo he dicho es que he visto a María Auxiliadora pasearse por esta casa ayudando y bendiciendo. Que la Santísima Virgen está aquí entre vosotros”. El Padre Bonetti quiso dar otras explicaciones pero Don Bosco insistió en que la Virgen estaba allí presente y que con frecuencia visitaba personalmente la casa.
Oración Final
¡Oh! San Juan Bosco, Padre y Maestro de la Juventud, que tanto trabajaste por la salvación de las almas: se nuestro guía para bien de la nuestra, y la salvación del prójimo. Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano; enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Auxiliadora y al Papa, e implora de Dios para nosotros una santa muerte, a fin de que logremos reunirnos contigo en la gloria. Amén.
Padre Amado, haz que seamos tan santos como lo eras tú.
Padrenuestro
Avemaría
Cuarto día de la Novena a Don Bosco
Reviewed by Salesianos Paraguay
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