Homilía del P. Néstor Ledesma en el día de Don Bosco
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Foto: Guillermo Sandoval |
Queridos amigos, queridas amigas:
Celebramos hoy la solemnidad de San Juan Bosco, padre y
maestro de los jóvenes, un don de Dios a la Iglesia. Una persona, una vida
siempre atractiva que suscita deseos de imitación, un modo de vivir que siempre
es una llamada y una llamada que resuena en nuestros corazones invitándonos a ser santos, los santos de la
alegría, los santos del deber bien cumplido así como Jesús lo quiere.
Don Bosco, durante toda su vida ha demostrado tener un
corazón de padre. Capaz de inspirar cariño, confianza y afecto, porque era
capaz de amar y de dejarse amar. Estaba inmerso en Dios. Esto le daba la
capacidad de involucrarse en la vida de sus jóvenes, vivía comprometido con su
historia, con la historia de los jóvenes. Don Bosco, un hombre profundamente encarnado
en la historia y profundamente inmerso en Dios.
En el corazón de Don Bosco late un solo deseo: la salvación
de los jóvenes. Un deseo que le ha sido suscitado por la experiencia de amor de
Dios en su vida, experiencia que quiere todos podamos vivir, y en especial los
jóvenes más pobres.
Don Bosco se entrega a su trabajo apasionadamente, poniendo
en juego todos sus recursos personales con firmeza y con ternura de corazón,
pues habiendo conocido el amor de Dios y habiendo vivido la experiencia de pobreza
de los jóvenes no puede sino soñar un tiempo diferente para los hijos amados de
Dios, que sean felices aquí en la tierra y en la eternidad.
El amor de Dios ardía en su corazón de un modo tal que las
iniciativas en favor de los jóvenes le brotaban con fuerza y audacia,
iniciativas transformadoras muchas veces del modo de pensar y hacer más
tradicionales. Es este amor de Dios la fuente de su incansable trabajo por los
jóvenes y es en ese amor que nos deja el legado de construir como comunidad los
ambientes y los espacios propicios para el protagonismo y compromiso juveniles.
De tal modo que, honrar a Don Bosco hoy, es hacerse una comunidad capaz de
custodiar la vida de sus jóvenes en comunión de fuerzas y recursos. Hoy, los
jóvenes nos necesitan trabajando juntos, como siempre ha sido el sueño de Don
Bosco.
Como padre, santamente apasionado por los jóvenes, Don Bosco
nos deja también la ternura de un corazón íntimamente unido a la vida de sus
jóvenes. Un corazón no pocas veces apenado por la miseria de las situaciones
que viven los jóvenes y por la injusticia de que son víctimas los humildes y
pobres. Don Bosco tiene una ternura tan parecida a la de los niños, que a pesar
del dolor y del sufrimiento que pudo experimentar en situaciones tan difíciles
de su vida, nos hace sentir la confianza y la alegría de la presencia de un
Dios infinitamente bueno y de la Virgen María, madre de la familia salesiana.
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Foto: Guillermo Sandoval |
Le pedimos al Señor nos conceda amar como Don Bosco, porque en su amor descubrimos ese amor de Dios único, capaz de darlo todo por la salvación de sus hijos, por la salvación de los jóvenes, por nuestra salvación. Honrar a Don Bosco es configurar nuestra persona a la vida de su maestro: Jesús, el hijo de María, el salvador, el redentor. Que así sea.
Homilía del P. Néstor Ledesma en el día de Don Bosco
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